Llega un momento en la vida de todo aficionado al rock en que debe hacerse la siguiente pregunta: ¿son los Groundhogs la banda de blues-rock más injustamente olvidada de la historia? Y la respuesta es que probablemente sí. Los mencioné hace ya años en mi famosa y prestigiosa selección de bandas que tenían puntos de convertirse en mis favoritas y aunque extrañamente he tardado cinco años en avanzar en su discografía, debo decir que han subido mucho en estima entre mis preferencias.
Los británicos Groundhogs son una banda que me recuerda algo a Canned Heat no tanto por estilo o sonido sino por ser uno de esos grupos de finales de los 60 que intentó expandir los límites del blues-rock. Pero mientras los Canned Heat se caracterizaban por un sonido muuucho más sucio, los Groundhogs tienen esa pulcritud británica; y, sobre todo, mientras los americanos tiran más hacia una mezcla de blues y psicodelia (oigan por ejemplo "Change my Ways" o "My Time Ain't Long"), los marmotas seguían otro camino. He leído a veces cómo se les aplica la etiqueta de "blues progresivo" pero no me acaba de gustar, parece que cuando complicas un género lo has de acabar etiquetando como "progresivo" llevando el concepto a terrenos maravillosamente absurdos. Pero sí que es cierto, que llevan su sonido hacia unos derroteros bastante innovadores en la época y que hoy día siguen sonando sorprendentes.
El responsable de todo esto es el líder, cantante, guitarrista y compositor Tony McPhee, con un estilo muy reconocible y asombrosamente olvidado dentro del género. Sus cómplices son una base rítmica con nombres de malos de películas de espías soviéticas, Peter Cruikshank y Ken Pustelnik. Conjuntados no tienen mucho que envidiar a cualquiera de los grandes power trios del rock, suenan avasalladores y magníficamente conjuntados.
La primera vez que escuché el magistral Split (1971) de primeras no congenié con él. El motivo era que me esperaba algo más blues y aquí en cambio me sonaban muy duros, rozando el hard-rock (curiosamente también tardé en pillarle el punto a Free por el motivo contrario, esperando que sonaran más duros de lo que eran). Pero es un disco demasiado raro como para que no simpatice con él. Si lo comparamos con sus dos obras anteriores, Blues Obituary (1969) - mi favorito de ellos - o Thank Christ for the Bomb (1970) - uno de los mejores títulos de la historia - Split supone un enorme paso adelante. Un disco mucho más oscuro y retorcido, que a veces te lleva por terrenos que parecen alejados del blues-rock hasta que repentinamente un solo de guitarra o cierto deje musical nos devuelve brevemente al género.
La cara A de Split la forman cuatro temas titulados igual que el disco que no van unidos musicalmente sino a nivel lírico a partir de una experiencia de McPhee:
La noche después de un concierto en Huddersfield, me invitaron a la casa de Mick Hubberts (un técnico) a un curry. Mick tenia un inquilino americano que había hecho algunos porros de cannabis con la hierba que Ken Pustelnik (mi antiguo batería) le había dado. Recuerdo como regresamos del concierto la noche anterior e intentarlo sin ningún efecto. También recuerdo pensando sobre ello (y es divertido recordarlo ahora) que las semillas se habían quedado dentro y que el porro podría ‘petar’ como un cigarro explosivo de esos de broma. Compartí un porro que el tío había hecho. De repente la tele de Mick se dividió por la mitad. Los demás parecían estar pasándolo bien pero yo me sentía raro. Fui al baño y abrí el grifo pero empecé a sentir que “las cosas” crecían como en ‘Alicia en el País de las Maravillas’. Intente tocar la guitarra para centrarme en algo pero estaba perdiendo contacto con la realidad y todo lo que podía ver eran espirales. Mi corazón latía tan rápido que pensaba que iba a explotar, Mick me pidió que vigilara el curry, ya que la última vez que lo vio se estaba saliendo de la sartén, fui a la cocina y abrí una ventana, y el jardín parecía un paisaje de Marte. La mujer de Mick estaba allí, así que me agarre a ella porque ella no estaba fumada y necesitaba a alguien así para conseguirlo yo también (conseguir estar bien).
Incluso empecé a perder la consciencia. Después de unas horas volví a la normalidad. Estoy seguro que aquel episodio abrió una puerta que no pude cerrar.
Unas semanas después, mi entonces mujer y yo, nos fuimos a pasear con el hijo de nuestra casera, era un día muy caluroso, y mas tarde, aquella noche no podía dormir. Fue entonces cuando me dio un ataque de pánico, empecé a preguntarme cómo podía existir, sigo teniendo problemas en explicarlo, era una negación de la existencia, así que intente huir de aquel pensamiento, corrí escaleras arriba, hacia la parte superior de los apartamentos (‘Split 1’) estaba demasiado oscuro y encendí las luces, y entonces estaba demasiado iluminado (‘Split 2’) no pude deshacerme del pensamiento en toda la noche, finalmente pude dormir de puro exhausto (‘Split 3’) pero cuando me levante el sentimiento volvió hacia mí inmediatamente, estaba completamente paranoico (‘Split 4’). Mirando hacia atrás, hubo algunos meses donde hubiera creído cualquier cosa, una puerta se abrió en mi mente y no pude cerrarla. No lo temo ahora, pero solía hacerlo.
El disco lo abre "Split (Part 1)", un tema enérgico de blues-hard-rock que en el tramo final estalla en un pletórico solo de guitarra. Primer indicio de la fuerza que podían desplegar los Marmotas. "Split (Part 2)" me gusta aún más porque es más extraña, encajando con el universo enrarecido que evoca la portada. La guitarra de McPhee empieza haciendo unos ruidos inquietantes que poco a poco van dando a forma a un riff de guitarra en wah-wah. Se le une la banda y vuelve el caos, pero en la parte cantada - oh, sorpresa - nos acordamos de que estamos en realidad en un blues ¿No les dije antes que continuamente McPhee nos lleva por extraños derroteros para luego recordarnos que todo esto parte del blues?
Pero si tuviera que quedarme con un "Split" sería el tercero, con ese inicio inquietante y lúgubre con órgano que luego de repente da paso a una de las mejores melodías del disco, muy hábilmente acompañada por la acústica en las partes cantadas y luego recibiendo la respuesta con un guitarrazo eléctrico. El solo de guitarra es uno de mis favoritos de McPhee, es un solo de blues de toda la vida pero tocado de forma absolutamente desquiciada. Y por último, el "Split (Part 4)" es el más convencional y asentado en el blues de los cuatro, lo cual por otro lado no tiene nada de malo.
Pasando a la cara B tenemos el pequeño clásico "Cherry Red", lo más parecido a un tema con posibilidades comerciales que encontraremos, con ese riff machacón y el falsete en el estribillo. "A Year in the Life" es un tema lento que para mí resulta la gran joya oculta del disco, mientras que "Junkman" empieza como un blues-rock juguetón hasta que de repente al final McPhee nos sorprende con unos minutos de ruidos psicodélicos con la guitarra. Y por último un final muy curioso: una versión del "Groundhog" de John Lee Hooker, el blues que dio nombre al grupo. Es como si, después de este viaje alucinatorio, McPhee quisiera al final recordarnos cuál es el origen de todo este mundo. Al final, todo esto que hemos presenciado es algo que viene del blues por increíble que parezca.